jueves, 10 de septiembre de 2009

MARIA TERESA DE NORONHA

Por Antón García-Fernández.



Nacido originalmente en el seno de los barrios bajos, los prostíbulos y las tabernas, y asociado en sus primeras décadas de vida con la delincuencia y la picaresca lisboeta, hacia finales del siglo XIX, el fado había sido adoptado ya prácticamente por todos los estratos sociales, desde las clases trabajadoras a la aristocracia, y se cantaba tanto en las calles y callejuelas como en los teatros y en los más selectos salones de las familias nobles. Esta capacidad del fado para superar barreras sociales se pone de relieve ya en el propio mito fundacional del género, es decir, las relaciones amorosas ilícitas entre la prostituta Maria Severa y el Conde de Vimioso allá por la década de 1840. Esta historia, motivo central de multitud de fados, alguna obra teatral e incluso de la primera película sonora del cine portugués, incide en el poder catártico del fado y en su movilidad a través de las imposiciones de la sociedad. Y por mucho que ésta pueda ser una visión más o menos idealizada o exagerada, no cabe duda de que, a lo largo de las décadas, el fado ha servido unas veces para unir y otras para separar a individuos de diferente procedencia social, hasta el punto de que, llegado el siglo XX, la escena fadista se vio poblada por artistas pertenecientes tanto a las clases populares como a las más privilegiadas.

Tanto es así que algunos críticos han convenido en denominar aristocrático a aquel fado cantado por miembros de la nobleza portuguesa (1), si bien esta etiqueta se me antoje equivocada en sus premisas más básicas. Y es que, en sentido estricto, ¿qué es realmente el fado aristocrático? ¿En qué se diferencia del fado que no lo es? ¿Tiene el fado aristocrático alguna característica musical o lírica que justifique que lo etiquetemos como tal? En mi opinión, el fado aristocrático no se diferencia en lo más mínimo del fado que no lo es, excepto por la extracción social de sus intérpretes, algo que, sin embargo, nada tiene que ver ni con su temática, ni con su estructura melódica, ni con su teleología. Se trata únicamente de una etiqueta extramusical, que en nada nos ayuda a caracterizar la esencia de este supuesto subgénero del fado, y que solamente puede ser entendida históricamente dentro del contexto de los muchos intentos de dignificación del fado que han ido teniendo lugar a lo largo del siglo XX.

De lo que no hay duda, no obstante, es de esa capacidad que el fado ha demostrado siempre para tender puentes entre diversas clases sociales esencialmente diferentes, y Maria Teresa do Carmo de Noronha es uno de los mejores ejemplos de ello. Aristócrata por nacimiento, vino al mundo en Lisboa en 1918 y se convirtió en Condesa de Sabrosa merced a su matrimonio con José Antonio Barbosa de Guimarães Serôdio en 1947. Se puede decir que la sangre fadista le corría por las venas, ya que algunos de sus antepasados ya habían mostrado inclinación por el fado y su marido era un notable guitarrista y compositor. En un principio, Maria Teresa cantaba sólo por el puro placer de la música, ante audiencias compuestas por su familia y algunos amigos, pero a finales de la década de los 30 pasó a actuar en un programa radiofónico semanal cuya enorme popularidad le aseguró un espacio en las ondas durante más de dos décadas. El escritor Luís Pepe describe de manera elocuente lo que para él supuso presenciar una de sus actuaciones: “Escuchar cantar a Maria Teresa es lo mismo que sentirnos transportados a una región donde predomina la espiritualidad, sin ese regusto tan vulgar de los certámenes del género. Porque ella no se limita a cantar; ella siente y nos muestra su alma tal y como está constituida” (2).



Pese a su gran éxito en Portugal y en el extranjero, llegada la década de los 60, Maria Teresa decidió retirarse del mundo del fado, quizá debido a los deberes que su condición de aristócrata le exigía y que le impedía disponer del suficiente tiempo para presentarse en público de manera regular. Aún así, continuó cantando para sus amigos y familiares y realizó una serie de excelentes grabaciones, llegando a actuar en Londres en una fiesta organizada por la Anglo-Portuguese Society. En el transcurso de este viaje a las Islas Británicas, también participó en un programa emitido por la BBC, así como en la Embajada portuguesa, lo cual demuestra que su popularidad continuaba entonces todavía en alza.

Una de las cualidades que diferencian a Maria Teresa de Noronha de otros fadistas y que la acercan a grandes nombres como el de Berta Cardoso es la atención que siempre prestó a la calidad literaria de las letras que elegía para cantar, seleccionando siempre versos de los más celebrados poetas del fado, como António de Bragança o Fernando Caldeira, e incluso haciendo gala de su talento compositivo al escribir algunos de sus propios versos. Este es el caso de “Nosso fado”, un poema en el que reflexiona sobre el papel de las apariencias en las relaciones humanas y la complejidad de algunos de nuestros sentimientos:

No juzgues por las carcajadas
Las alegrías de nadie
Pues a veces encubren
Las tristezas que la gente siente.

Cuando Maria Teresa interpreta composiciones ajenas, posee una capacidad inigualable para exprimir la emoción que las palabras encierran, desgranando con su perfecta dicción los significados más recónditos de los fados que canta. Por ejemplo, en “Choro cantando”, una excepcional letra de Maria Teresa de Albuquerque sobre música de Alfredo Marceneiro, el fado se nos aparece como medio de escape para la tristeza y la ansiedad que a veces provoca la vida cotidiana:

Quien llora su mal aumenta
Quien canta el dolor ahuyenta
Y corre en busca de la ilusión
Por eso por el mundo adelante
Quien canta a veces llora
El dolor de su corazón

Cuando a veces me invade
La espina de una nostalgia
Que en el pasado se agarra
Cantando, incluso sin querer,
Consigo la vida prender
En las cuerdas de una guitarra.

Y otras veces, casi con estoica resignación, su voz melodiosa expresa las paradojas inherentes en toda relación amorosa, como es el caso de “Gosto de ti quando mentes”, letra de João Maria Ferreira do Amaral con música de Manuel Cascais:

Me gustas cuando mientes
Mintiendo me das cariño
La verdad que tú sientes
Es desprecio, es mucho peor

La verdad que no dices
Es desdén, no es amor
Y nunca somos felices
Sabiendo nuestro dolor

Tu desprecio es maldad
Finges que me quieres
Nunca me dices la verdad
Y yo sólo te deseo cuando mientes.



Maria Teresa de Noronha falleció en 1993, pero su legado será siempre eterno, con un estilo muy personal enraizado en los elementos más castizos y tradicionales del fado, un estilo elegante, con un gusto especial a la hora de cantar y con sobrada clase. La gran versatilidad de su voz y su excelente dicción arrancan siempre los sentimientos más ocultos en las letras del fado, que ella trata siempre como poemas y que invariablemente convierte en pequeñas obras de arte. Por desgracia, pocas de sus excelentes grabaciones se encuentran disponibles en CD en la actualidad: el volumen que se le dedicó dentro de la serie Biografias do Fado (EMI-Valentim de Carvalho, 1998) está descatalogado y no es fácil de encontrar, por lo que la reedición de su álbum Fado antigo (Valentim de Carvalho, 1972) es en estos momentos la opción más segura. Una situación deplorable, pues no cabe la menor duda de que Maria Teresa de Noronha es una de las más valiosas fadistas que el siglo XX ha conocido.

Enlaces de interés

En Fadocravo - Maria Teresa de Noronha: Mataram a Mouraria encontraréis más información en portugués sobre Maria Teresa de Noronha y podréis ver un vídeo de una de sus grabaciones.

Notas

(1) Así, por ejemplo, en Lisboa, o fado e os fadistas (Lisboa: Edições Vega, 1992), Eduardo Sucena dedica a comentar el fado aristocrático un capítulo entero.

(2) Luís Pepe. Fado, mulheres e toiros. Lisboa: Livraria Francisco Franco, 1945: 44-45.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

JOÃO LINHARES BARBOSA, EL PRÍNCIPE DE LOS POETAS

Por Antón García-Fernández.

A lo largo de las décadas, una parte de la crítica se ha ocupado de desprestigiar las letras del fado, criticando duramente lo que algunos han percibido como una poesía de rango inferior y dudosa calidad literaria. Sin embargo, un análisis más pormenorizado de la producción de los mejores letristas del fado desvela la existencia de un universo poético fadista claramente definido con un bagaje lírico excepcional. Eduardo Sucena ha insistido categóricamente en ello: “La poesía del fado, cuando sea un día debidamente estudiada, sorprenderá a cuantos la han juzgado y la juzgan como una pseudopoesía plagada de lugares comunes”. Así, para Sucena las letras del fado no se limitan a desgranar de manera más o menos ingenua clichés amorosos y nostálgicos, no son meramente vacías reflexiones sobre el destino o la muerte, sino que van mucho más allá. Se trata de poesía popular, sí, pero en manos de sus más inspirados autores, “retrata el medio ambiente en el que fue creada, aporta interesantes datos etnológicos y revela primores de inspiración . . . que poetas mayores no desdeñarían suscribir” (1).

Y entre estos poetas del fado, como a veces se les denomina a quienes escriben poemas para ser cantados con acompañamiento de guitarra portuguesa, João Linhares Barbosa es, sin duda, uno de los más destacados. Escritor prolífico y de innegable talento, Linhares Barbosa fue responsable de una importante labor periodística en favor de la divulgación del fado, pero pasó a la historia de la música portuguesa principalmente por sus versos, de una sutileza y una belleza sublimes, que le valieron en vida el título de “Príncipe de los poetas”. No en vano, fue uno de los primeros letristas de fado que se ganó la vida con sus composiciones, y a lo largo de su carrera escribió algunas de las letras más memorables del género, muchas de ellas convertidas ya en clásicos, en temas que todo fadista y aficionado al fado que se precie debe conocer.

Por todo ello, resulta un tanto sorprendente que el propio Sucena le dedique tan poco espacio en su excelente libro Lisboa, o fado e os fadistas, o que sea a veces complicado recabar datos fidedignos acerca de su trayectoria vital y profesional. Sucena lo considera, eso sí, “uno de los más inspirados y prolíficos poetas que el fado ha tenido” (2) y señala la localidad de Monção, en el norte de Portugal, como su lugar de nacimiento. Si bien nació en 1893, no se asentaría definitivamente en Lisboa hasta la década de los años 20, cuando comenzó a escribir poesía bajo los auspicios de Martinho d’Assunção y Domingos Serpa. Su interés por dignificar el fado en unos momentos históricos en los que estaba siendo despiadadamente denostado cristalizaron en 1922, cuando inició la publicación de la revista Guitarra de Portugal, uno de los principales estandartes del periodismo fadista. Desde las páginas de esta y otras publicaciones, Linhares Barbosa llevó a cabo una inteligente defensa de las cualidades musicales y poéticas del fado que supuso un gran paso adelante en la divulgación del género.



Pero, como ya se ha dicho, junto a su obra periodística, Linhares Barbosa destacó por su genial sensibilidad lírica, por sus magníficos poemas que destilan una emoción a menudo sobria, contenida, que ahondan en los sentimientos humanos más profundos con una aparente sencillez que esconde siempre lo más intrincado de nuestra existencia. Son versos de una musicalidad impresionante, lo que provoca que los percibamos siempre como íntimamente ligados a las melodías sobre las que se construyen. Cuando nos encontramos ante una letra de Linhares Barbosa, la unión de la palabra y la música es siempre indisociable: parece incluso que una no puede existir independientemente de la otra. Un artículo periodístico anónimo sobre su poesía publicado a mediados de los años 50 incide de forma elocuente en las cualidades de su quehacer poético: “De Linhares Barbosa como poeta del pueblo está todo dicho. El colorido de sus acuarelas, la pura traducción de la vida de los barrios populares en lo que tiene de espontáneo y bello, la definición, en cuatro pinceladas, de los sentimientos y emociones más naturales hacen de él, sin duda, el primero en esta cosa tan simple y tan difícil de escribir versos que el pueblo sienta y que el pueblo cante” (3). Como toda buena poesía popular, las letras de Linhares Barbosa esconden tras su apariencia espontánea la innata capacidad de su autor para retratar experiencias vitales a menudo tan difíciles de plasmar con palabras.

A pesar de que la vertiente más sentimental y romántica de la producción poética de Linhares Barbosa ha eclipsado a veces otros elementos presentes en su obra, la variedad temática de sus composiciones es notable. Si bien muestra un evidente gusto por relatar historias de marcado dramatismo, al estilo de su “Lenda das rosas”, algunas de sus letras son ejemplos perfectos de la ironía más fina. Así, en la ya clásica “É tão bom ser pequenino”, Linhares Barbosa reflexiona en voz alta sobre la complejidad de la vida y el aislamiento emocional que se experimenta durante la infancia:

Es tan bueno ser pequeñito
Tener padre, tener madre, tener abuelos
Tener esperanza en el destino
Y tener quien nos quiera.



Otra de sus facultades poéticas más destacadas es la descripción con breves y sutiles pinceladas de una multitud de personajes, reales o ficticios, procedentes de los estratos populares, algo que lleva a cabo sin dificultad en poemas como “O Pierrot”, con música de Alfredo Marceneiro, o el divertido “O leilão da casa da Mariquinhas”, este último compuesto en respuesta paródica al conocido fado “A casa da Mariquinhas”, cuya letra original fue escrita por Silva Tavares y acabó por producir toda una saga de composiciones en torno al castizo personaje de Mariquinhas.

Pero el elemento temático que Linhares Barbosa cultivó con mayor acierto fue, sin duda, el de la nostalgia por los tiempos pasados y la ansiedad que el devenir del tiempo y los cambios en las prácticas sociales ocasionan en el individuo. Por ejemplo, en “Lembro-me de ti”, la voz poética se resiste a aceptar los cambios que ha experimentado una muchacha que solía vivir en su aldea tras mudarse a la ciudad. Linhares Barbosa compone un interesante retrato de la muchacha a través de pinceladas veloces pero reveladoras, todo ello realzado por la melancolía que impregna la música compuesta por Alfredo Marceneiro:

Yo me acuerdo de ti
Te llamabas nostalgia
Vivías en un molino
En la cima de una colina
Zuecos en los pies
Pañuelo puesto sin cuidado
En ese tiempo eras tú
La hija del molinero.

Yo me acuerdo de ti
Y me quedo aturdido
Al verte por la calle
Con carcajadas francas
Pretendo confundir
La piel de tu vestido
Con la sedosa lana
De las ovejitas blancas.

Esta dicotomía entre el medio rural y el medio urbano se pone de manifiesto, asimismo, en “Mocita dos caracóis”, otra letra en la que la ciudad representa todo lo negativo que conlleva el progreso frente a la idílica pureza de la vida campestre:

Mocita de los tirabuzones
No me dejes, querida mía
¿No oyes a los ruiseñores
Cantando como héroes
La historia de nuestra vida?

Tu cabello es hermoso y rubio
Con tirabuzones verdaderos
En la ciudad ese tesoro
Se compra a peso de oro
En las grandes peluquerías.

Dos años antes de su muerte, acaecida en 1965, Linhares Barbosa recibió un sentido homenaje en el Coliséu dos Recreios, en el transcurso del cual le fue otorgado un galardón a toda su carrera. A día de hoy, una calle de Lisboa lleva su nombre, justo premio para un hombre que dedicó sus esfuerzos artísticos a plasmar en palabras el sentir de los barrios populares, creando una poesía llena de espontaneidad, emoción y expresividad. La mayor parte de sus letras constituyen ejemplos de ese tipo raro de arte que no pasa nunca de moda, han alcanzado la categoría de clásicos y todavía hoy forman parte del repertorio de multitud de fadistas. La ingente obra del "Príncipe de los poetas" no sólo le asegura un lugar de excepción en la historia del fado, sino que lo convierte en uno de los indiscutibles pilares del género.

João Linhares Barbosa (en el centro) junto con Martinho d’Assunção, Alberto Costa, Amália Rodrigues, Berta Cardoso y Carvalhinho.

Notas

(1) Eduardo Sucena. Lisboa, o fado e os fadistas. Lisboa: Edições Vega, 1992: 263.

(2) Sucena, p. 281.

(3) A Voz de Portugal, 1 de agosto de 1954.